Pensar era inútil como desesperarse por recordar un sueño del que sólo se alcanzan las últimas hilachas al abrir los ojos.
[...]Ningún juego te hará olvidar: tu alma es una máquina fría, un lúcido registro.
Nunca olvidarás nada en un torbellino que arrase lo grande y lo pequeño para tirarte a otro presente.
Dormir, el olvido pequeño.
Una lenta ceremonia incomprensible nos había acercado en la noche desde nuestras infinitas distancias.
No me dormiré, no me dormiré en toda la noche, veré la primera raya del alba en esa ventana de tantos insomnios, sabré que nada ha cambiado.
No se lo diría nunca, que su nombre me llegaba como los perfumes que
atraen y repelen a la vez, como la tentación de acariciar el lomo de una
ranita
dorada sabiendo que el dedo va a tocar la esencia misma de la
viscosidad.
Cómo decirlo a nadie si tú mismo no podrías saber que la
mención de tu nombre, el paso de tu imagen en cualquier recuerdo ajeno
me desnuda y me vulnera, me tira en mí misma con ese impudor total que
ningún espejo, ningún acto amoroso, ninguna reflexión despiadada pueden
pueden dar con tanto encono; que a mi manera te quiero y que ese cariño
te condena porque te vuelve mi denunciador, el que por quererme y ser
querida me despoja y me desnuda y me hace verme como soy.
Abrazarse interminablemente o con una violencia que nos apartaba en el
mismo instante, como si del deseo creciera amarga la distancia. Y
siempre por debajo, un silencio agazapado donde latía el tiempo enemigo.
Julio Cortázar
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